lunes, 6 de agosto de 2012

Sueño de una noche de verano.


… 1:23:45 de la mañana…

Tras cerrar los ojos me encuentro subiendo en un ascensor, llego a mi planta y tocó en la puerta correcta. Como siempre toco con los nudillos, el timbre no existe. Desde dentro se escuchan ruidos, murmullos, risas, pasos y el pomo. Allí estabas, delante de mí; había ido por ti y aún llevábamos medio minuto sin decir nada, y sin seguir gesticulando palabra alguna nos besamos chocando nuestras caras que se juntaron como un reloj de Dalí. Tras medio minuto nos separamos y mientras formaba una sonrisa picaresca me pegas un directo en la boca que me hace tambalearme “¿por qué has tardado tanto?” dices, yo me tapo la boca, quizá por vergüenza pero me ardían las venas “maldita seas” digo entre dientes. 

Me coges la mano me metes para adentro. Es el mismo piso donde vivía mi ex, nada mas entrar se ve el salón, allí estaban tus compañeras, vestidas con una túnica negra, haciendo un circulo en medio del salón se giran “¿quién es?” preguntan al unísono, “un amigo” respondes, “si… un amigo..” respondo yo. Me da tiempo a levantar la mano tímidamente antes de que me metas de un empujón en tu habitación. Cierro la puerta de un portazo, la boca ya no me duele, pero estoy cabreado “te has pasado”, así que me acerco a ti desafiante para volver a besarnos.  Todo cambia, se vuelve negro, estamos en la cama jugando, te pregunto por qué me has pegado y me respondes que no lo sabes, con una sonrisa picaresca, mirando hacia otro lado (curiosidad, libido, hormonas, lujuria, llámalo cómo quieras).

 

Cada uno a un lado de la cama, mirándonos, sabíamos el momento, los besos ahora son infinitos, imposibles de contabilizar, ocurren como estrellas. Nos desvestimos, me arrancas la ropa, te la quito, te pones encima, me vuelves a pegar, más suave, el cariño sustituye a la rabia, aparece el deseo. Te digo que te esperes, que antes tengo que hacer algo, cambias la expresión de tu cara, no lo entiendes, pero te sonrió y te pido permiso para besarte ahí abajo, quiero bajar por ti, me muerdes y de lo devuelvo. Te tiro a un lado, ahora me toca encima, me arañas la espalda, estás ansiosa, yo quiero ir despacio para pincharte, me rio de ti y mientras bajo a tu pecho, me agarras de las orejas. Las estrellas alumbran cada parte de tu torso, no me puedo creer que aún lleves los pantalones puestos. Te los voy bajando sin dejar ni un centímetro sin luz estelar. Suceden los gemidos, las risitas, los “cállate”; suceden los movimientos de cuerpo simbióticos, bailamos una melodía sensual, una sinfonía que ahora iba por el primer movimiento. Me empujas la cabeza, aún voy por el ombligo, las risitas vuelven, las miradas, para arriba y para abajo, durante segundos. Tienes las piernas inquietas, te las sujeto con las manos, las acaricio, ascienden lentamente a la par que mi boca desciende. Ya sabes donde se van a encontrar. Sucede una cruzada cristiana en tu matriz. Ahora la sinfonía cambia a vals, mi boca pide permiso con una reverencia que tu labios aceptan cortésmente, bailamos durante horas. Tu cuerpo responde con un contra ritmo, de acá para allá, los gemidos evolucionan, la fuerza fluye, aprietas, tiras de mi pelo; me rio, “no pares”, “vaya”, “cabrón, no pares”.  Todo llega, se nota, los afluentes se juntan,  sube la marea, se nota, lo noto. Me emociono, me atrevo a mirarte, eres una diosa sentada en su trono, haciendo lo que quiere, cogiendo posturas raras, mojándose los labios con la lengua, respirando por la nariz tan fuerte que hace hasta ruido.  Sigo el ritmo que me llega de tu corazón, aumento como aumenta este, me sujeto en tus muslos, te mueves demasiado, me haces daño en el pelo, me arañas; todo llega y acaba con un grito y fundido a negro.

Lo demás un  vago recuerdo, los ojos tapados por tu pelo, moviéndonos de aquí para allá, siempre unidos como dos piezas perfectas.  Nos abrazamos y nos arañamos, aparece un odio y un cariño que se quieren con locura, no se dejan escapar. Encima, debajo, a un lado, contra la pared, en el suelo. Nos reímos casi sin darnos cuenta, solo abrimos los ojos para mirarnos el uno al otro, no necesitamos mirar qué hacemos, nuestras manos nos guían, nuestro cuerpo responde a cada estimulo. Nos sentamos en la cama, una encima del otro, escondemos nuestras caras en el cuerpo del otro y casi sin aliento terminamos apoyándonos contra la pared, de lado. Nos cuesta respirar, no decimos nada, de vez en cuando una risa minúscula. Aún unidos, caemos hacia atrás y por fin abrimos los ojos para vernos lacerados, mordiscos por todos lados, moratones y sangre en los labios, parece que acabamos de beber sangre de los rojos que los tenemos. Caemos rendidos ante la fatiga y volvemos a ser tú y yo, dejamos atrás el ser unido. El agotamiento se apodera de nosotros y tras un último vistazo al amante, cierro los ojos, pero antes de despertar me doy cuenta de que me has abrazado para dormirte.

… 10:01:45…

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