Su problema, doctor. Su problema es evidente. No me respeta pero respeta al otro. Uno es uno y dos es dos; uno y dos no suman tres, a su parecer. Pienso yo. Déjeme que continúe.
Su problema —y el mío, si quiere verlo así— es que dos no considera que usted sea capaz de nada en esta vida salvo de arreglar la de otros. Por mi parte considero que su trabajo es magnífico. Ayer leí un informe entre las páginas de una revista antigua. El nombre estaba tachado pero la historia estaba limpia y bien escrita. Una preciosidad. Reconocí su letra al instante. Personalmente, de nuevo, tiene un maravilloso, delicado y fino trazo al final de las «aes» cuando se acerca un punto y aparte. Acabar una «a» de esa forma solo me recuerda que usted apunta lo necesario y piensa lo innecesario. Debería apuntarlo todo. Los márgenes no son suficientes.
Mi problema, doctor, es tanto suyo como nuestro.
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