«Francamente, aquello me pareció demasiado azúcar. Hoy me sentía una mujer dulce, quién sabe. Nunca antes de los 40 años me habían interesado los niveles de glucosa en mi sangre, pero no creo que tenga el cuerpo preparado para problemas cardíacos, un derrame o algo hepático... Hipocondríaca he sido siempre, eso sí, lo que me llevó a tirar el café por el fregadero de la sala de descanso y prepararme otro. Esta vez con sólo una cucharada de azúcar.
Suelo pasar mi media hora de descanso sentada en el viejo sofá de la sala para empleados. Otros bajan a la cafetería, van al restaurante de enfrente o, vienen, recogen su almuerzo del frigorífico y se lo llevan a su mesa. Como Carolina ahora mismo, sabe que estoy aquí, por eso ha entrado rápido, ha cogido su comida, me ha soltado un seco pero simpático "hasta luego" y ha vuelto a su mesa con la rapidez del viento.
—Ay, Carolina, eres tan zorra.
Pasaba toda la mañana con un café. No me gustaba comer nada, ni picotear en mi puesto. De todas maneras, dudo que a mi jefe le hubiera gustado que lo primero que encontraran nuestros clientes al entrar en la empresa, sea a un mujer tras la recepción masticando snacks salados. No sé qué coño hago todavía en esta empresa, Héctor cada vez vende más libros y nos aguantamos muy bien, podría ayudarle en casa, apuntarme a un gym, hacer deporte o incluso volver a pintar. Pero aquí sigo, aburrida y ganando un dinero que no necesitamos. Qué tonterías digo, siempre necesitaremos dinero, nos vaya bien o mal.
Entró Paco, el contable, mientras tomaba el último trago de café. Paco es muy divertido, amable y hace bien su trabajo. Es de esas pocas personas que ayudan sin poner mala cara. A pesar de su juventud siempre tiene tema para hablar, aunque sea de películas y videojuegos. Mientras me contaba que había un problema de ajustes trimestrales recordé cuando follamos en la cena de empresa del año pasado. No íbamos borrachos, pero su juventud -y quizá mi madurez- me atrajo hasta unos niveles muy primitivos. Quiero a mi marido, y siempre lo querré, pero la oportunidad de una polla joven e inexperta dentro de ti sólo se puede presentar una vez. Y esa vez, lo quería de verdad. Fue un sexo muy placentero, él estaba muy nervioso, tanto que no se dio cuenta de que decirle a una mujer de cuarenta "no estás tan mal para tu edad" era ofensivo. Francamente, me sentó mal, tengo que admitirlo, pero su duro pene estaba tan dentro de mi que le quité importancia en ese momento; aunque creo que no me he vuelto a acostar con él por aquello. Quién sabe. O quizá me sienta una mala persona por engañar a Héctor. Sea como fuere, no me quita el sueño.
—Total, el muy imbécil arrastró las mismas fichas, duplicándolas, pensando que valían para todo tipo de documentos—, me contaba mientras yo dibujaba su enorme y suave pene en mi mente— pero no, y ahora tengo que cambiarlo todo.
—¿Estará ajustado de cara al nuevo trimestre?—pregunté automáticamente—.
—Depende.
Siguió exponiendo razones de por qué hay que hacer una cosa bien desde el principio. No volveré a acostarme con él, no por nada en especial. Es guapo, me atrae, folla decentemente y huele bien. Pero no creo que me lo merezca, una vez está bien. Además, en casa tengo todo lo que necesito.»
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