… 1:23:45 de la mañana…
Tras cerrar los ojos me encuentro subiendo en un ascensor,
llego a mi planta y tocó en la puerta correcta. Como siempre toco con los
nudillos, el timbre no existe. Desde dentro se escuchan ruidos, murmullos,
risas, pasos y el pomo. Allí estabas, delante de mí; había ido por ti y aún
llevábamos medio minuto sin decir nada, y sin seguir gesticulando palabra
alguna nos besamos chocando nuestras caras que se juntaron como un reloj de
Dalí. Tras medio minuto nos separamos y mientras formaba una sonrisa picaresca me pegas un
directo en la boca que me hace tambalearme “¿por qué has tardado tanto?” dices,
yo me tapo la boca, quizá por vergüenza pero me ardían las venas “maldita seas”
digo entre dientes.
Me coges la mano me metes para adentro. Es el mismo piso
donde vivía mi ex, nada mas entrar se ve el salón, allí estaban tus compañeras,
vestidas con una túnica negra, haciendo un circulo en medio del salón se giran
“¿quién es?” preguntan al unísono, “un amigo” respondes, “si… un amigo..”
respondo yo. Me da tiempo a levantar la mano tímidamente antes de que me metas
de un empujón en tu habitación. Cierro la puerta de un portazo, la boca ya no
me duele, pero estoy cabreado “te has pasado”, así que me acerco a ti
desafiante para volver a besarnos. Todo
cambia, se vuelve negro, estamos en la cama jugando, te pregunto por qué me has
pegado y me respondes que no lo sabes, con una sonrisa picaresca, mirando hacia
otro lado
(curiosidad, libido, hormonas, lujuria, llámalo cómo quieras).
Cada uno a un lado de la cama, mirándonos, sabíamos el
momento, los besos ahora son infinitos, imposibles de contabilizar, ocurren
como estrellas. Nos desvestimos, me arrancas la ropa, te la quito, te pones
encima, me vuelves a pegar, más suave, el cariño sustituye a la rabia, aparece
el deseo. Te digo que te esperes, que antes tengo que hacer algo, cambias la
expresión de tu cara, no lo entiendes, pero te sonrió y te pido permiso para
besarte ahí abajo, quiero bajar por ti, me muerdes y de lo devuelvo. Te tiro a
un lado, ahora me toca encima, me arañas la espalda, estás ansiosa, yo quiero
ir despacio para pincharte, me rio de ti y mientras bajo a tu pecho, me agarras
de las orejas. Las estrellas alumbran cada parte de tu torso, no me puedo creer
que aún lleves los pantalones puestos. Te los voy bajando sin dejar ni un
centímetro sin luz estelar. Suceden los gemidos, las risitas, los “cállate”;
suceden los movimientos de cuerpo simbióticos, bailamos una melodía sensual,
una sinfonía que ahora iba por el primer movimiento. Me empujas la cabeza, aún
voy por el ombligo, las risitas vuelven, las miradas, para arriba y para abajo,
durante segundos. Tienes las piernas inquietas, te las sujeto con las manos, las
acaricio, ascienden lentamente a la par que mi boca desciende. Ya sabes donde
se van a encontrar. Sucede una cruzada cristiana en tu matriz. Ahora la
sinfonía cambia a vals, mi boca pide permiso con una reverencia que tu labios
aceptan cortésmente, bailamos durante horas. Tu cuerpo responde con un contra ritmo,
de acá para allá, los gemidos evolucionan, la fuerza fluye, aprietas, tiras de
mi pelo; me rio, “no pares”, “vaya”, “cabrón, no pares”. Todo llega, se nota, los afluentes se juntan, sube la marea, se nota, lo noto. Me emociono,
me atrevo a mirarte, eres una diosa sentada en su trono, haciendo lo que
quiere, cogiendo posturas raras, mojándose los labios con la lengua, respirando
por la nariz tan fuerte que hace hasta ruido.
Sigo el ritmo que me llega de tu corazón, aumento como aumenta este, me
sujeto en tus muslos, te mueves demasiado, me haces daño en el pelo, me arañas; todo llega
y acaba con un grito y fundido a negro.
Lo demás un vago
recuerdo, los ojos tapados por tu pelo, moviéndonos de aquí para allá, siempre
unidos como dos piezas perfectas. Nos
abrazamos y nos arañamos, aparece un odio y un cariño que se quieren con
locura, no se dejan escapar. Encima, debajo, a un lado, contra la pared, en el
suelo. Nos reímos casi sin darnos cuenta, solo abrimos los ojos para mirarnos
el uno al otro, no necesitamos mirar qué hacemos, nuestras manos nos guían,
nuestro cuerpo responde a cada estimulo. Nos sentamos en la cama, una encima
del otro, escondemos nuestras caras en el cuerpo del otro y casi sin aliento
terminamos apoyándonos contra la pared, de lado. Nos cuesta respirar, no
decimos nada, de vez en cuando una risa minúscula. Aún unidos, caemos hacia
atrás y por fin abrimos los ojos para vernos lacerados, mordiscos por todos
lados, moratones y sangre en los labios, parece que acabamos de beber sangre de
los rojos que los tenemos. Caemos rendidos ante la fatiga y volvemos a ser tú y
yo, dejamos atrás el ser unido. El agotamiento se apodera de nosotros y tras un
último vistazo al amante, cierro los ojos, pero antes de despertar me doy
cuenta de que me has abrazado para dormirte.
… 10:01:45…
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