sábado, 21 de febrero de 2015

Tostadas

Estamos viendo a un hombre que se prepara para ir a trabajar. Se despierta, se lava la cara, se viste, se toma el café. Mira el reloj y es tarde, apresura el café, se pone el abrigo y aparece su mujer, despeinada y en pijama, “¿a dónde vas?”, le pregunta. “Al trabajo”, le responde mientras coge las llaves de la entrada. “Cariño…, te despidieron ayer”, le dice la mujer muy seria. “¿De qué estás hablando?”, le responde mientras da un paso hacia la puerta, ella se coloca delante, mirándole fijamente a los ojos. Él está pasmado, no comprende por qué su mujer dice eso, sería una estupidez que hubiera olvidado su propio despido y más si fue el día anterior, eso pensó en los pocos segundos de silencio mientras ella lo miraba con tristeza a los ojos. “Eso es estúpido, tengo que irme” le dijo. Su mujer baja la cabeza y se aparta a un lado, él sale por la puerta rápidamente, cerrando de un golpe seco.
                Avanza por el pasillo dirección al ascensor colocándose el macuto. Luego pensaría el porqué de aquella situación, ahora llegaba tarde. Aprieta el botón del ascensor con rapidez y espera mientras cambia su peso de una pierna a otra. Tras el ding se lanza dentro del habitáculo y, esta vez con furia, hunde el dedo en el 0. 8…, 7…, 6…, 5…, 4…., 3….; las puertas se abren. Mira hacia el oscuro pasillo, las escaleras, el pasamanos. Las puertas se cierran. Lentamente mira hacia el panel de los botones, su mirada se detiene en el botón verde del 0. Es un botón diferente a los demás, está situado en la parte más inferior y sobresale mucho más que el resto. Baja la cabeza y rompe a llorar.

                Ella está sentada en la cocina cuando escucha la puerta. También escucha como deja la bolsa sobra la mesa de la entrada. Se levanta y se queda debajo del marco de la puerta. Él está allí, de pie, sin moverse, mirando la bolsa. “No quería asumirlo”, dice con la voz cortada. “No podía aceptarlo—insiste tras una pausa—. No quería. Quizá pretendía autoconvencerme de que no había pasado”. Solo se escucha el tic, tac del reloj. Él estalla en un mar de lágrimas; histérico y agitado no para de repetir “(…) es imposible”, “(…) no podemos vivir”, “(…) ¿qué haremos ahora?”. Las palabras brotan entre sollozos, un poco de baba cae sobre el abrigo, las lágrimas mojan el cuello de la camisa. Ella está rígida bajo el marco de la puerta. “Huele”, se escucha, pero él no puede parar, nada importa salvo su ataque de tristeza. “¡Huele!”, dice ella más fuerte, pero “(…) Hipoteca” se ahoga. Movimiento. Lo sujeta por los hombros de un salto, le abofetea la cara, la rabia cesa de inmediato. “Maldito imbécil—grita—no puedes hacer esta mierda. ¡NO puedes! Compórtate. Asúmelo. ¡HUELE!”. Él la mira con los ojos muy abiertos, “¿Qué?”, logra decir tras un momento. “¡Que respires por la nariz pedazo de hijo de puta!”, le grita a escasos centímetros de la cara. Como un autómata respira por la nariz absorbiendo toda la mucosidad. “Tostadas…”, masculla con tranquilidad. “Tostadas”, repite. Huele. “¿Se queman?” dice él con un hilo de voz limpiándose la cara con la manga del abrigo. “Se queman”, confirma.
                Se levantan. Él corre a la tostadora y saca dos tostadas negras y humeantes. Con rapidez –aunque quemándose los dedos- las tira sobre la encimera. Se vuelve y mira a su mujer. Ella le devuelve la mirada.  “Soluciona eso, lo primero; luego veremos qué hacemos, ¿vale? Te espero en la mesa”, dice ella con la sonrisa más perfecta del universo.


domingo, 4 de enero de 2015

Las matemáticas de la Tortilla de Patatas

En mi afán de la búsqueda de la tortilla de patatas perfecta, hoy he puesto a prueba el:

«Experimento nº2: variante en formas»

Me declaro fan de la tortilla jugosa -núcleo semihecho- y, a la vez, de la muesca de patata, es decir, de notar el bocado de la patata entera. Lo mismo con la cebolla, me gusta melosa y semicaramelizada pero también su variante "cras, cras", que aporta el bouquet cebollil más potente.

¿Cómo se hace? He escogido dos cebollas y 5 papas. Tres de las patatas las he cortado en cuartos y en lonchas medianas -2 o 3mm.-, la penúltima patata con un corte similar pero más grueso y la última la he rayado directamente, consiguiendo una sopa de almidón y una patata paja que actúa como un conglomerante cojonudo. Las cebollas el mismo y proporcional proceso, media la he rayado, 11/2 corte normal y media corte juliana grueso. Las matemáticas de la tortilla de patata.

El proceso de cocinado es diferente, como tenemos dispares formas y tamaños, necesitamos controlar los tiempos de cocción para que el truco funcione. Añadimos primero el corte grueso, mientras el aceite coge temperatura, posteriormente añadimos el resto de la patata con el corte normal y cocinamos hasta que falten 10 minutos. Aquí añadimos la cebolla con el corte juliana grueso y a los 3 minutos la cebolla normal. Recomiendo dejar la cebolla encima de la patata para que cocine al vapor unos minutos y vaya soltando el jugo. Ya en los últimos momentos añadimos la patata y la cebolla rayada.

Recomiendo batir los huevos en un bol de aluminio, ¿por qué? Cuando añadimos la patata ya cocinada y caliente el bol guarda todo el calor y cocina un poco el huevo -que como sabemos es muy sensible a la temperatura-. Lo dejaremos aquí unos minutos antes de pasarla a la sartén y finiquitarla.

«Eur vie atteste la vérité de l'Évangile et donne au monde la preuve tangible que la perfection est possible»




viernes, 6 de junio de 2014

Nacho Vigalondo

Os traigo la más tierna historia de amor entre dos personas, por un lado un hombre sin piedad, con una mente brillante y cierto poderío en el arte de la elocuencia y verbosidad; y por el otro Nacho Vigalondo, un héroe para muchos -entre los que me incluyo- porque ha sabido llevar la incoherencia ante un señor que le ha dado dinero para hacer su cine ¿qué más podría demostrar? Pues ha cogido y ha puesto a Sasha Grey como prota en su última película ("Open Windows"), declarando manifiestamente que es puto amo del negocio y futuro vanguardista español, en su modo, junto con Paco León y Jaume Balagueró. Sin recochineo.

Todo comienza con una broma que le suelto vía @twitter, se pone cachondo  y me responde que tengo problemas intrínsecos en mi cabeza imposibles de curar, coño, solo he insinuado que te metes farla, Nacho, no he dicho que sé dónde la compras y que te gustan los rulos con los billetes de 200e. Eres un hombre importante en el mundo, debes mantener la postura y saber encajar los golpes.


Tras el ataque gratuito hacia mis ideales políticos llamándome gordófobo, se enfrasca en una rabieta de ataque frontal y casposo hacia mi persona, no sé si a causa del subidón de adrenalina  o porque lleva un estrés encima que no puede, dándome consejos gratuitos -muy amable-y vacilándome acomodado por su estatus de genio. Yo le reto a un notodofilmfest cara  a cara, pero no comenta nada al respecto y cambia de tema intentando un ataque a la desesperada con un "oye que te estás pasando y a tus jefes no les va a gustar".  


En el fondo, Nacho, te quiero, me encanta tu cine, algunos de tus cortos no, pero tus largos sí. Has llevado a al gran pantalla ideas que yo mismo he soñado a veces, que varias personas con una mente más abierta hemos soñado; las has hecho realidad de una manera maravillosa, muy acertada y, como te decía, rompiendo con lo anterior y generando una manera nueva de hacer las cosas y te estamos muy agradecidos por ello. Pero Nacho, sabes que los que entendemos tu cine estamos más para allá que para acá y somos unos hijos de puta de cuidado, por favor, no te exaltes y suerte con tu película, de verdad.