Este borrador lleva con ese título y vacío tanto tiempo que no sé por qué lo escribí, no sé qué significaba en aquel entonces y no sé qué significa ahora. Si lo pienso y trato de deducirlo solo se me ocurre la forma literal de la frase y sé que yo nunca soy literal. Seguirá siendo un misterio, como por qué no podemos elegir nuestros sueños como elegimos dormir, por qué no podemos elegir los resultados igual que elegimos realizar los actos que llevan hacia ellos. ¿Por qué dormir si no sueño con lo que quiero? ¿Por qué imaginarme haciendo cosas que nunca podré realizar? No comprendo el funcionamiento de la mente humana, te imaginas haciendo algo que te importa y sin darte cuenta, en medio segundo, te encuentras compartiendo ese momento con alguien que te importa, asociamos los momentos con las personas más rápido que en darnos cuenta de que es una tontería imposible, para salir de la imaginación como empujado por un viento huracanado concebido por la ramera realidad y que la seca tristeza te llene, te hunda y atrape en el fuego, todo en menos de dos segundos.
lunes, 23 de diciembre de 2013
jueves, 5 de diciembre de 2013
Living is a dream
Estaba en una estación de tren, el sol entraba por los ventanales iluminando la zona con un aura casi celestial. No sabía por qué estaba allí, pero no quería estar en otro sitio que no fuera sentado en aquella estación. El silencio era total, daba la sensación de que allí no había nadie más que yo y aquella inquietante atmósfera. Me levanté del asiento para mirar a mi alrededor y no vi ni una sola persona o alguna maleta que indicara que allí, en la estación, había alguien más a parte de mi; miré fuera a través de los ventanales y la calle estaba desierta. En ese momento me invadió la inseguridad de que, por alguna extraña razón, era la única persona en la tierra, estaba solo. Eso era una locura.
Todo empezó a crujir a lo lejos. Un hilo de polvo cayó del techo que empezó a crepitar como un leño ardiendo. Un coche de la calle desapareció de mi vista en un instante, como aspirado desde el cielo. Le siguieron papeleras, farolas, paradas de bus, kioskos; cada vez cosas más grandes, hasta los edificios empezaron a desaparecer tras un ruido atronador; eran arrancados de sus raíces de asfalto dejando una llovizna de tierra. Un desierto ocupó los alrededores de la estación, que aguantaba la embestida empírea con algunos chasquidos y rugidos de rocas.
El desierto empezó a ascender, formando una pausada tormenta de arena opaca que se tragó la luz como la nada. Cerré los ojos esperando lo peor. El silencio volvió a llenar aquel extraño mundo; abrí los ojos y miré lo que parecía una canica perfectamente lisa y negra que se extendía desde la estación hasta donde alcanzaba mi vista. El mundo se había convertido en nada, una nada lisa y perfecta; y dentro de aquella nada estábamos la estación, mi protectora, y yo.
Me acerqué al cristal del ventanal y apoyé mi mano sobre él, en el momento en el que lo hice, este se resquebrajó para después romperse en millones de copos de cristal que ascendieron igual que el resto del mundo. Mi debilitado refugio decía adiós poco a poco, como la piel de una mandarina despegándose del aire que me rodeaba y ascendiendo al negro cielo sin nubes ni estrellas. Desconozco de dónde venía la luz que iluminaba todo, pero en aquellos momentos no era una duda razonable, me preocupaba más que pasaría cuando no quedara ni una triza de aquella estación ¿a dónde iría? ¿Ascendería también hacia la nada? El miedo me hizo cerrar los ojos de nuevo hasta que volvió el silencio total. Esperaba encontrarme flotando hacia mi final, pero cuando abrí los ojos estaba en el mismo sitio, con los pies apoyados en la fría y negra superficie de aquel mundo muerto. La soledad era tranquilizadora y durante unos instantes no volvió a escucharse ningún resquebrajo y yo permanecía inmóvil. Empezaba a sentirme triste ¿por qué estaba ocurriendo aquello? Se me ocurrió dar un paso y ahí acabó todo.
lunes, 18 de noviembre de 2013
Metamor
Y ahí estaba yo, cayendo desde lo más alto del mundo, quizá más alto; caía de espaldas, mirando lo que dejaba atrás, casi a cámara lenta. Empezaba el estribillo y comenzaban a llegar imágenes de mi vida, una tras otra; intentaba cogerme a alguna, pero mis dedos la atravesaban como si estuvieran hechas de agua. Quería que me crecieran alas, era mi mayor deseo, hubiera dado todo lo que tengo porque me salieran alas, unas alas que me permitieran planear hasta lugar seguro y evitar el inminente desastre. Me daba vergüenza mirar aquellas imágenes, que no paraban de suceder, como frescos pintados en el aire; apartaba la vista de todos y cada uno de ellos, concentrándome en desear con más ímpetu aquellas malditas alas, pero era una tontería, nada iba a evitar que me estrellara contra el suelo.
¿Por qué? ¿Por qué había aceptado tan rápido que era el final? ¿Acaso deseaba un final? Aquella caída infinita me estaba matando, el jodido creador de aquella pantomima se estaba mofando de mi. Hacía tiempo que había dejado de sentir que caída, ahora flotaba en un éter y a mi alrededor se creaban imágenes de mi vida que atormentaban aquella paz. Incluso pensaba en el hambre que tenía y en cuanto la echaba de menos. Es ridículo, unos pensamientos tan separados no pueden compartir un plano neuronal de esa manera. Son solutos que no se disuelven en el mismo medio. No pueden existir a la vez en la mente; pero estaban rompiendo las reglas en la mía ¿tenía hambre de ella? ¿Es posible ponerse cachondo en una situación como esta? Tampoco había nadie allí para responderme. No es extraño imaginar a un hombre que cae eternamente masturbarse en la comodidad de su éter. De todos modos ya había dejado otros fluidos caer conmigo, vómitos, heces... ¿estaba haciendo, de algún modo macabro, de aquel lugar, de aquel éter, de aquella caída, mi hogar?
No sé si fui consciente de que había llegado al final del camino antes o después de morir. Sé que el suelo me vio antes a mi, que yo a él. Me plegué como un acordeón cuando llegué al final, supongo que todos podéis imaginároslo. Manché aquel suelo blanco con todo lo que yo era, cada mililitro de mí acabó por todas partes. Sé exactamente qué fue lo último que pensé, un pensamiento tonto rondó mi cabecita y me hizo reír. Era un desgraciado cayendo al vacío en la soledad de un continuo y blanco éter, un mundo sin reflejos ni sonidos, un mundo de películas acuosas dónde yo era el protagonista, condenado a revivir una y otra vez mis fracasos; y aún así me hizo gracia pensar en el miserable cabrón que tuviera que limpiarme de todas partes.
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